sábado, 5 de enero de 2008

La casa de los abuelos. El cofre perdido






Existen lugares que cobran vida sólo en los recuerdos. Porque son y existen con las energías de las personas que allí habitaron. Y cuándo éstas se van, las cosas no vuelven a ser las mismas.

La casa de mis abuelos es uno de esos sitios mágicos.

Cuando era niña, me encantaba estar allí, aunque ponía peros en el trayecto para arribar porque no me gustaba mucho salir de mi casa. Con herencia andina, el calor me ponia de mal humor, me producía mareos. Confieso que en mi infancia resulté un tanto viejina, por no decir achacosa. Mi madre que tenía que aguantar esta y otras singularidades, me daba un limón para que no me mareara más de lo debido en el viaje, que tampoco es que era tan largo.

Una vez llegaba, era la gloria. Aquella grama que en aquel entonces me parecía una sabana (muy extensa) fue el lugar de muchos juegos. El infaltable escenario de las chicas fotogénicas (como ya les conté, el alter ego, de mi prima Karelys, mi hermana Aliria y yo, tres fotógrafas detectives dispuestas a luchar por la justicia).

El murito de entrada, ese que era lo suficientemente largo (antes de que modificaran la cerca) para que fungiera como barra para gimnasia fue el espacio ideal para competir (cuando no éramos detectives) por una medalla olímpica.

El patio "de atrás" era también lo máximo. Allí mil historias de misterio se tejieron y se resolvieron también (no había misterio que las fotogénicas dejaran sin respuesta).

La casa de los abuelos además fue el sitio "donde nos iniciamos" en lo del "activismo político". Ibamos con las propagandas del candidato favorito de mi abuelo, y disfrutábamos de las caravanas.

Un árbol de cuji, muy viejo, fue el depositario de muchos de nuestros tesoros. En uno de sus hoyos, metimos un cofrecito con cartas testimoniales de la historia política (claro desde la óptica de unas niñas que apenas llegarían a los 10, fotos del candidato en cuestión entre otras cosas que ahora no recuerdo). Lo pusimos allí con la esperanza de que alguien lo encontrara siglos más tarde.

Allí hicimos con mucha ayuda nuestro primer papagayo (cometa) y verlo volar fue casi un delirio.

También supimos que al abuelo le encantaba el pan de guayaba porque lo escondía en su armario.

Aún lo recuerdo sentado en el sillón del porche, risueño casi siempre, algunas veces nostálgico. Todos los días recordaba a su gente en Los Andes, a sus hermanos y hermanas. Su mirada se iba a su tierra del alma.. También me parece aún verlo en el sillón de la sala viendo siempre el mismo canal de televisión. Yo sufría por eso, porque por mucho tiempo había en esa casa un solo aparato de TV, y como mi hermana y mi prima, fui fanática de Los Menudos (un grupo de cantantes puertorriqueños que hicieron películas y novelas que no pasaban por el canal que le gustaba a mi abuelo.., no todo era perfecto)

Mi abuela era muy espiritual. Oraba mucho. De hecho perteneció a una congregación de la comunidad. Visitaba a los enfermos(as), trabajaba por los más necesitados. Siempre buscó unir a la familia. Cuando llegábamos siempre compartía lo que tenía, así fuese poco. Pan dulce, galletas y su estupendo chocolate caliente que nunca olvido.

Las navidades eran memorables. Que gentío se reunía allí los 24 , 30 y 31 de diciembre. Los 30 porque ese día mis abuelos celebraran su aniversario de bodas. Si mal no recuerdo llegaron a celebrar 60 años de casados, toda una proeza, a juzgar porque hoy día pareciera que abundan más divorcios que matrimonios felices. Mis abuelos tuvieron 11 hijos. Más de 34 nietos y unos 10 biznietos. Y la familia sigue y sigue creciendo. Y para remate cada uno(María Anaïs y Julio Antonio) provenían de familias numerosas, con las que por cierto seguimos en contacto.

Esa amabilidad de la gente andina, esa bondad, ese apego por la familia, los valores de respeto, fraternidad y apoyo constante son la mejor herencia que me legaron mis abuelos. Soy lo que soy(salvando las distancias de esos grandes seres claro) en gran parte por los ejemplos de dignidad, humildad y buena educación que ví en ellos.

Pero esta pasantía un día culmina y ya terminó creo yo para ellos. Primero se fue el abuelo y luego la abuela. Y con ellos la casa. En todas las familias pasan esas cosas de dividir la herencia, como si los deudos desconocieran que lo más importante no son los espacios físicos, sino los recuerdos que atesoramos. Pero la casa era grande y en una esquina bien ubicada así que después del dolor, fueron prácticos.

El Cují (árbol) fue cortado, porque la propiedad era tan grande que salieron dos casas. Sus nuevos dueños (aunque de la familia), pues hicieron los cambios de rigor. (por cierto uno es de una tendencia política de esas de este siglo XXI y el otro de la oposición, cosa curiosa).

Me enteré muy tarde sobre el árbol. Quería saber si el cofrecito estaba allí. Le pregunté ingenuamente a mi mamá si no habían encontrado algo "inusual". Me contestó que no. Me puse algo triste, esperaba que alguien en verdad lo descubriese siglos más tarde y se enterara como vivían los paraguaneros(habitantes de la Península de Paraguaná) de los 80.

Cada navidad rememoro la casa de los abuelos y agradezco a Dios por haberlos conocido, por haber vivido tantas cosas lindas en ese hogar. Por haber soñado e inventado tanto. Un día me sorprendí con la cámara en mano y entendí que los sueños pueden hacerse realidad, que los niños (as) tienen muy claro las herramientas que usarán en esta pasantía. Cuando por alguna razón me siento extraviada, basta con ir mentalmente a esa mágica casa, oler el guiso de las hallacas(distintas carnes hechas en harina de maiz y envueltas en hojas de plátano) con garbanzos, saborear el chocolate con galletas de soda, rezar el rosario con la abuela y reir un rato con el abuelo y entiendo que ése es el tesoro más grande, el que aún permanece en el Cují de mis recuerdos.



El Cofre del Cují

Bella sonrisa, oración constante
brisas del Torbes es su cantar

Del arado sus brazos hicieron la tierra
Sus manos sabían de cosechas
De maíz para pilar
De maíz para moler
De maíz para vender
De maíz para rogar

Y por no querer seguir rogando
y para huir de la pobreza
hicieron suyos los vientos Alisios
y el vaivén de los mechurríos

No más maíz que pilar
pero si 11 hijos para mantener
para educar, para soñar

Y vino la casa anhelada
la casa para María Anaïs
Con patio y porche
Sala de estar
y hasta con palomas para cuidar
Con las carcajadas de los nietos
los hurtos de pan de guayaba
y las cenas de diciembre

Aún les escucho en mis recuerdos
Dios te salve Reina y Madre....
dice mi abuela
y quisiera haber sido más atenta

Siglos de sabiduría condensada
herederos de culturas ancestrales
sencillos, de vida tranquila y simple

Ecos de Táriba, San Sebastian, Peribeca, Capacho
y Boca.

Vientos que retornan al origen
No más alisios.
En la puerta: Ismael, Chucha, Celerina, José, Eduardo
Lucinda... y por siempre ella.

No se pongan bravos si en el Cují
unas nietas traviesas
han dejado un cofre
Está lleno de historias, y hasta de esas estampitas
que para ustedes eran sagradas

Fuimos nosotras
las mismas, las del pan de guayaba....


Escrito por Anaiz Quevedo



Imagenes: piezas de Anne Marie Herrera (Árbol de la noche y Cují Azul), taller Caracola, Isla de Margarita, Venezuela

10 comentarios:

Luis Felipe González dijo...

Hola amiga,
Que bella composición. En verdad me llenó de mucho sentimiento porque hay cosas, la verdad muchas, con las que me identifico. La más bonita es recordar a nuestros abuelos (as) en un pasado no muy lejano, y cómo tornaban el mundo tan distinto... como nos abrigaban y todo era tan cálido.

A veces es difícil entender cuando la pasantía termina, pero que importante es recordar aquellos momentos en los cuales compartimos y los valores que nos dejaron. Sabes que mi abuela era lo máximo! jaja. Ella vivía en una casa grande y de esquina (igual que la que comentas, bien ubicada) en el Cementerio... por cierto aún allí vive mi tío y mi primo. Era muy humilde y ayudaba a los vecinos de la cuadra y a quien llegase a la puerta porque ella sabía inyectar !y con mano suave!, como decían las señoras. Mi abuela nunca cobraba, ni por poquito que le dieran, a pesar de tener muy pocos recursos. Si la cosa era muy grave pues ella iba a la casa de la persona e inyectaba con su mano milagrosa. Varias veces la acompañé por los Totumos, Jabillos, Prado de Maria, etc.
Yo era muy pequeño y no entendía mucho eso de lo que hacía, pero ahora siempre recuerdo lo bonito que se siente ayudar a los demás, cuando puedes hacerlo. Eso es algo grande que me dejó mi abuela. Quería compartirlo contigo porque me remontaste a esos lindos recuerdos que por cierto comento poco. :) Un besito.
Y estoy seguro que el cofre algún día aparecerá. No apagues esa esperanza que será la alegría inocente de algún niño(a) "fotogénico(a)" como lo fueron uds.
Saludos! y mil gracias
LuisFe.

Anaiz Quevedo dijo...

Que bello tu comentario. Sabes? He tenido un nudo en la garganta desde que retorné hace poco de Paraguaná. Cada vez que voy siento ese vacío, el que dejaron los abuelos. Ir a esa casa era una visita crucial y desde que ellos se fueron, esa visita crucial se detuvo, se borró. Y el vacío es inexplicable. Y cuando leo tu comentario en el que recuerdas a tu maravillosa abuela siento esa energía hermosa y derramé mis lagrimitas (bueno que mis lectores no terminen pensando que soy algo así como la llorona de la península). Estando en Paraguaná tuve el placer de ir a hasta Adícora a visitar a la hermana de mi abuelo (la única que le queda viva) quien fue hasta allá con sus hijas y nietos a pasar el 31 de diciembre.Ella es el vivo retrato de mi abuelo es increíble, como también es impresionante ver que muchas de mis primas tienen rasgos de tíos, hermanas... La genética es un milagro?
Meditando, entré en esas profundidades de asombrarme de cómo dos seres pueden crear tanta vida. Mis abuelos generaron tantas caras, tantos rostros,y ellos viven en cada uno, en cada célula. Los encontré en mi familia de visita en Adícora, en los gestos, en las miradas, en los valores y costumbres. Ellos viven en cada uno. Una pila de gente que proviene de un mismo tronco, no dejo de sorprenderme.

Y sobre el tesoro. Es posible que las estampas, cartas y fotos quien sabe se las hayan comido las termitas o quizás no. Como tu dices bello amigo, mantener esa llama, esa esperanza , esa fantasía infantil es lo que definitivamente nos hace más adultos felices aunque parezca paradójico.

Gracias por compartir tus vivencias y por tu amistad.

cariños
Anaiz

Félix Alejandro dijo...

Hola Anaíz me gusto mucho tu expresión porque al igual que Luis me identifico en cada cosa que dices: los abuelos con sus años de casados y su ejemplo, el familión reunido pero lo que más me emociona son las travesuras infantiles en la casa, sobre todo porque mi infancia la viví en la casa de mis abuelos una casa muy vieja y grande, casi todas las tardes todos mis amigos de la cuadra se iban a mi casa a jugar el escondido porque la casa tenía muchos escondites y "pasajes secretos" digna de cuentos infantiles, también había bueno todavía existe una planta que da unas flores muy bellas pero es como una enrredadera pero no lo es (no se como se llama) y yo decía que tragaba pelotas, porque se me perdieron muchas pelotas de gomas entre sus ramas; a la casa de mis abuelos está apunto de pasarle lo mismo que la de los tuyos, será dividida en dos y reformada completamente porque ya las jorobadas columnas de madera no aguantan el peso de los años, y las paredes de barro no soportan el olvido de quienes crecimos entre ellas.
Eres genial Anaíz, gracias por revivirnos lo bello de la vida.

Anaiz Quevedo dijo...

Ha sido mágico poder plasmar tantos recuerdos y luego recibir el feedback de los amigos, conocidos y gente del mundo. Es bonito ver como en Venezuela, los chicos y chicas de esta generación recordamos con nostalgia y bonita energía a los(as) abuelos(as). A lo mejor pasa en todas partes del globo de modo diferente pero al fin y al cabo es el mismo sentimiento.

Ha sido hermoso recibir de ustedes tantas historias. Félix con tu bonita prosa hiciste que también visualizara a los niños traviesos de tu cuadra, la alegría e inocencia de aquellos años. Hoy las cosas son diferentes para las nuevas generaciones. Los niños parece que se divierten más chateando por el celular, la computadora o absortos en los video juegos que jugando metras, perinola, pelotica de goma o simplemente a las escondidas.

Uno se divertía usando la imaginación para hacer del patio de atrás un barco, un avión, un salón para detectives o armando el papagayo para verlo perderse entre las nubes. O usurpándole la cocina a la abuela para inventar "y que recetas" galletas de soda o galletas Ritz con mantequilla, mermelada o mayonesa y azúcar... O como aquella vez que a las fotogénicas les dio por ser perfumistas... jejej. Haciamos unos menjurjes con flor de cayena, cují, limón (había que crear un perfume autóctono....)
En fin... Eran otros tiempos. Gracias a ti también por compartir tus anécdotas que también me han hecho revivir más historias.

MIL GRACIAS AMIGO
Anaiz

Juan Miguel Bueno. dijo...

Que cosas....yo recuerdo también mucho a mis abuelos, como les ayudaba a cuidar y dar de comer a las gallinas o cuando escuchaba sus historias sobre la guerra civil y las penurias de los "años del hambre"...parecía que iban a estar allí siemmpre y sin embargo hace ya mucho que se fueron.

Unknown dijo...

Por ser una protagonista de la historia, me siento mucho más que identificada con el resto de quienes que te hacen comentarios; pero como dijera mi hijo cuando pierde: "Esta no es una competencia, mami".
Pues te puedo decir que las navidades nunca más serán las mismas desde que los abuelos se marcharon del plano terrenal.
Se te olvidaron dos detalles importantes: no comenzaba la Navidad en la calle si Julio (el abuelo) pusiera su hilera de bombillos de colores en el lado derecho de la parte frontal de la casa y fabricara el pesebre que siempre tuvo mayor protagonismo que el pequeño arbolito...
Recuerdo también, claro ocurrió más grandecita, que sólo tomaba cervezas una vez al año, los 31 de diciembre, porque mi abuelo me las daba casi que "ajuro"... Claro él notó que me gustaron desde la primera vez jijiji
También recuerdo que mi abuelo era súper rústico con sus cariños, luego que se fue extrañé mucho hasta esa parte.
Y de mi abuela siempre digo lo mismo: era demasiado buena. Nunca le vi hablando mal de nadie, siempre quería lo mejor para los demás, prefería ella sacrificarse.
A veces no me gustaba que me hacía "sopa licuada" (en crema) pero muy pocas veces, ya que mayormente me preparaba pasta con carne molida, porque sabía que era lo que más me gustaba (todavía).
En fin, los recuerdos de la casa de mis abuelos son incontables. Yo paso por ese lugar y no puedo evitar entristecerme de verlo tan cambiado... Pero bueno, todo sigue y sé que las almas de esos seres tan buenos, conjugadas ya porque nunca podían separarse, nos iluminarán siempre desde donde sea que estén...Y yo amándolos para siempre...

Aliria Quevedo

Anaiz Quevedo dijo...

Juan Miguel, si se nos van, pero quedan esos recuerdos, esas historias que a veces de niños(as) no entendemos de la misma forma que las entendemos ahora. Ellos nos legan los valores y la fortaleza como te legaron a ti, los tuyos. Gracias por compartir tus vivencias.



Ali, si, con tus recuerdos hiciste pues que evocara muchos más momentos que son incontables... Recuerdas aquella vez que desarmaron el reloj en forma de gato que tenía el abuelo en la sala, y vendimos los ojos (que parecían lágrimas color topacio)?
Nos pusimos las tres frente al murito donde hacíamos gimnasia. Vendemos bellas joyas!! y los vecinos nos compraron las lágrimas de topacio, claro entre risas. Es que éramos traviesas.


El abuelo Julio y el gran pesebre, que detalle cómo olvidarlo!!!. Justo este mes el tío Eloy dijo que desde que el abuelo se había ido él no se había animado más a armar algún nacimiento. ¿Te acuerdas que el tío, le ponía hasta ríos?. Otra cosa que viene a mi memoria es que el abuelito guardaba con celo al niño jesús, porque había que destaparlo el 24 a las 12M y él religiosamente lo hacía? Jajajja y nosotras curiosas buscando al niño!! Y el abuelito se ponía muy bravo si lo tocábamos antes de la hora y fecha señalada.

Recuerdo aquella segunda boda que celebraron los abuelos, cuando cumplieron 50 años de casados. la abuelita usó el mismo tocado que había usado la primera vez. También me sorprendía que el abuelo a esa edad no perdía tiempo para darle besos en la boca a la abuela.

Aún recuerdo como la abuela lavaba con esmero cada plato, y como recogía cada sobra y recorría la calle por el patio de atrás para dárselas a los perritos y "para bajar la comida"jejeje. Son tantos y tantos recuerdos... que los siento aquí cerca, también los amo mucho.

Gracias hermana por tus bellas palabras.

Abrazos
Anaiz

Eliana Q dijo...

Qué lindos recuerdos Anita, podía visualizarlo todo mientras leía...
Las cosas materiales se van, como una casa, lo importante es lo vivido.
Que Dios te bendiga!
Eliana Quintero

Anaiz Quevedo dijo...

Asi es Eliana. Por eso uno debe vivir cada día y compartir con los seres queridos, no dejarlo para después.

Me siento muy contenta que este escrito ha activado en muchos lectores los recuerdos con los abuelos o padres. Por el correo he recibido bonitos pensamientos desde Estados Unidos y México, como el de mi amiga panamericana Guadalupe Ochoa

Cada vez disfruto más lo que escribes Anaìz. Con el Cofre perdido, me hiciste recordar mi pueblo, que visito cada año por Navidades. Hace mucho calor aùn en esta época del año, el viaje es muy largo y cansado, pero disfruto cuando estoy en la casa paterna. El rìo, las fiestas, la comida, todo lo que vivì en mi niñez (hasta los 9 años).

Saludos nostàlgicos.
Lupita.

Besos a todos!!!!

Anaiz Quevedo dijo...

Recibí desde Perú este escrito de la dama panamericana Lourdes Calderón de Ojeda.

Las manos del Abuelo

¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera! El abuelo, con sesenta y tantos años, sentado en la banca del patio. No se movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos.

Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y cuanto más tiempo pasaba, más me preguntaba si estaría bien. Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.

Levantó su cabeza, me miró y sonrió. "Sí, estoy bien, gracias por preguntar", dijo en una fuerte y clara voz.

"No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien", le expliqué.

"¿Te has mirado jamás tus manos?" preguntó. "Quiero decir,
¿realmente nada más mirarte las manos?

Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas. Las volví, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las había observado, le dije mientras intentaba averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta historia:

"Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, cómo te han servido bien a través de los años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.

Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en oración. Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo. Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy en especial.

Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando para orar.

Estas manos son la marca de donde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a Casa. Y con mis manos, Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré estas manos para tocar Su Rostro".

Nunca volveré a mirar mis manos de la misma manera. Pero recuerdo que Dios estiró las Suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a casa.
Cuando mis manos están heridas o dolidas, pienso en el abuelo. Sé que él ha recibido palmaditas y abrazos de las manos de Dios. Yo también quiero tocar el rostro de Dios y sentir Sus manos en el mío.

Nuestras manos son una genuina bendición… de hecho, basta imaginarnos el vernos privados de ellas o su uso para darnos cuenta de cuan importantes son.
Otra cosa que la historia de hoy me hizo pensar fue lo que hacemos con esas manos en cuanto a nuestras relaciones con los demás:

¿las usaremos para abrazar y expresar cariño y afecto o las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo?

Ojalá que este pensamiento nos ayude a escoger con sabiduría.