Escribi aqui en el 2007 acerca del tren de la vida, como en algunas ocasiones debemos seguir en el a pesar de que la gente que queremos deba bajarse. Ayer mi papá decidió quedarse en una estación más tranquila. Desde mi ninez, tuve en ocasiones miedo de este desenlace. Y ahora que estoy fisicamente lejos, pues el tren continúa. En mi memoria están los instantes de la vida de los que he escrito tanto. Aquellas venidas trajinadas, su amor por la música, los juguetes que a veces llegaban, nuestro perro dalmata "Rocky" corriendo por doquier, el amor que hubiese querido recibir y que el hubiese querido demostrar.
Perdonar y ser perdonado, es uno de los actos de voluntad y amor más grandes. En esta pasantia en un planeta llamado Tierra, sentir como tus seres queridos dejan de acompanarte en la travesía es una de las pruebas de Fe más duras. Porque la conexión continúa. Somos lo que somos, porque aprendemos con las que experiencias que nos toca vivir.
Gracias a mi padre, aprendí a seguir adelante. A secar las lágrimas y levantarme. A creer que se puede aún cuando creas erróneamente que falta el afecto. A crear una muralla y saber que cada cosa tiene su razón de ser y aún así tener el valor de transformar positivamente el camino con nuestro andar. Gracias a él, tuve y tengo espacios en blanco que debo llenar en mi libro de vida. Hubiese querido indagar más sobre el pasado de su boca, pero ahora debo recorrer ese camino por mi cuenta como el mismo me enseñó.
Me quedan sus canciones, su voz, su dejo de tristeza, su ternura y compasión por los niños de la calle, el amor por su trabajo, su gusto por la buena comida, su extraña manera de escabullirse del mundo y de su pasado.
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